Por la tele me he enterado que Zapata, el dueño, regente, alma y corazón de La Muralla, uno de los bares más emblemáticos de San Antonio, mi ciudad, ha sido asesinado por desconocidos. Las versiones posteriores de algunos amigos señalan que la angustia pastabasera estaría detrás del crimen. En realidad no sé bien que ocurrió y de pronto tampoco me importan mucho los detalles. Lo que me interesa realmente es que Zapata murió. Y más allá, todavía, del dolor que significa la muerte, lo que me importa es lo que se muere, o quizás revive, con el hecho. Son esos recuerdos que a uno le quedan grabados y que cada cierto tiempo resurgen desde la nada porque tienen que ver con los partners de toda la vida, con los lugares que solíamos frecuentar, con la locura de los poco más de veinte, con el reventarse, con la lucha interna, contra todo y contra uno mismo.
No sé muy bien el año de la apertura de La Muralla (95 ó 96 talvez). Lo que sí sé es que esos años fueron los más furiosos y de alguna forma también los más bellos. Claro está, y de eso quiere tratar este texto, cegatón Zapata y La Muralla, son parte de esa etapa.
Álvaro, Rodrigo, Talo, Nino, Chino, Gastón, ¿se acuerdan? Había que salir de casa, loco, (la mía en Puente Arévalo o Luis González, la de Pelao en Baquedano con La Ñipas, la de Zamora más loco que la chucha en El Molo, otras) y dejar el carrete paisajístico típico del auto en la playa, en el cerro con vista o en el bosque. Encontrar un lugar era el lema. Y no era fácil. Tenía que ser con nuestra música, que hubiera onda, que estuviera bien ubicado, que no fuera muy denso y ojalá que puediéramos fumar yerba y entrar copete. Dale, o sea, te la encargo.
Claramente el bar de Zapata no cumplía con todos los requerimientos, pero por lo menos fue el primer bar, en San Antonio, donde pudimos pelar un poco el cable, sin escandalizar mucho a nadie, a gusto. Casi como en casa. La música no era muy buena porque el ciego era de una época bien roquera y setentona pero que nosotros ya nos habíamos saltado. Estábamos en King Crimson, Zappa, Mahavishnu, Chick Corea, Ponty, Talk Talk y otros. Recuerdo las conversas con Alvarito: "Que la música no influya en tu estado de animo", le decía yo y topón pa' dentro otro terremoto (el nombre del trago y el socavón interno después de tomárselo) y siga Zapata con su Creedence añejo.
Demás, también hubo sus peleas. La más memorable, creo, es la de Zamora y Gustavo Amaro (que en esa época eran la base instrumental de la segunda camada de Armandos Van, banda ícono del puerto) contra Zapata. Entre Amaro y "chupateins" no hacían el peso físico del guatón, que estaba enojado a morir porque Zamora vivía una de sus jornadas típicas en que se le habían pasado los copetes y daba jugo con cuática. Eran algo así como las dos y media de la mañana y habíamos llegado hace poco desde Barrancas. Seguro llevábamos puestas unas tres cajas de vino barato, quizás también algo de pisco y unos pitos. Habíamos estado tocando en lo de Zamora y jugando con alguno de sus juguetitos (guitarras, porta estudios, teclados, aviones de aeromodelismo, discos, revistas de música y algunas seudo fans). Sus cincuenta kilos, con cueva, más su característica gestual y quinésica hacían de La Muralla un volcán en erupción que Zapata no estaba dispuesto a permitir. De pronto la cosa estalló no más. Zamora se comió un par de derechazos y no entiendo como no se desplomó. Amaro salió en su defensa mientras yo trataba de calmar al energúmeno de mi amigo. Éste rompía vidrios de la mampara de entrada del local y entretanto Gustavo Amaro, bajista, piola, muy educado, caballero diría yo, se tragaba el mejor winner que haya visto. Zapata se llevó, yo cacho, unos rasguños más unos gritos histéricos y, en el mejor de los escenarios, un par de patadas mal puestas. Era mejor salir, y eso es lo que logré que hiciéramos, a tiempo. Un par de semanas después estábamos otra vez en el mismo bar, atendidos por su propio dueño y sin dramas. Era parte del show y ahora cacho que había adeptos.
Alguna vez también fui parte del espectáculo. Otra noche de locos en sanantony. Pasado de copetes a eso de las doce y media, lo único que quería en la vida era tocar y cantar. En el escenario yacía Pancho (hoy en otra de las bandas emblemáticas de la ciudad: Puerto Verde). Tocaba unos covers de Charly, me acuerdo, y yo, vuelvo a repetir para que se entienda, lo único que quería era "ponerme en escena". Sumen: varios copetes malos + lucha interna + ganas de desahogo + sábado + guitarra eléctrica (que no domino) + bajo + batería, es igual a una performance de la puta madre, según yo. Según Zapata todo era puro ruido. De todas formas nuestro personaje tuvo la amabilidad de dejarme hacer el show completo, unos cuatro o cinco temas, y después me echó entre las pifias de un público que quería más (mentira, eso lo estoy inventando ahora por el honor). Luego, a la salida algo se quebró. Quiero decir: tomé una piedra de la calzada y la lanzé contra un de los vidrios de la entrada. Hoy, claro está, no me enorgullezco. En ese momento fue como la bajada de telón de la puesta en escena. Un triste final, por mi digo, de un mal show.
Pero también hubo buenas cosas. El bar de Zapata fue escenario del comienzo de la historia de amor con Mary, mi mujer. Por ahí pasábamos, a veces, a ver a los amigos, charlar un rato (ya sin escándalo), tomar algo y distraerse. Todo bien.
De alguna manera ese bar fue, también, un lugar de reencuentro con Velasco (un buen amigo) luego de periodos tensos después de un incidente que hasta hoy, cacho yo, nos marca (de pronto, Nino, yo soy más paranoico que tú). Recuerdo un par de conversas luego de un viaje de este loco al Perú. Fue algo piola, sin mucho contenido, no tocamos el tema aquel, pero sentí cercanía (nunca hubo grave lejanía, de cualquier forma). Críptico, con cuática, pero igual.
Para que vean. La Muralla de Zapata daba para todo y eso es lo que quería no pasara desapercibido en estos ratos donde el desasosiego ronda a ese-este San Antonio. Zapata is dead como dice Velasco, pero la historia todavía no se ha escrito. Puta, la escribiremos no más, no queda otra. Igual es bueno saber que podemos hacerlo, hay mucho que contar. Eso es.
20 de abril de 2006
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3 comentarios:
Me parece que Zapata partio antes, en el local frente al terminal de Llo-lleo por el año 93. En todo San Antonio desde Rocas hasta Algarrobo no existia nigun local. Con mi hermano recorrimos buscando algun barucho que fuera de la honda nuestra bastantes veces. Creo que en el año 91 con el Talo y el Nino (y tambien con el noly) hicimos uno de los primeros locales tipo bar-pub pero fue solo un verano. Asi que zapata fue el primero podriamos decir que habria un local con cierta seriedad por decirlo de algun modo y me consta que si no fuimos los primeros, mi hermano Alvaro y yo estabamos en los clientes de Zapata desde el comienzo. Y el hugo se acordaba de eso por que alguna vez lo conversamos.
Cuantas veces sali dado vuelta por excederme en los terremotos manejando un jeep de esos tiempos, no lo se.
La verdad es que estos ultimos años no acudi al bar de Zapata, pero cuando lo veia siempre fue un saludo cordial y buena honda el que me daba.
Esta cuatico San Antonio, lastima.
Saludos
Rodrigo Salazar
Extrañas letras, buenas letras.
Digo extrañas, pq estoy en San Antonio mientras las leo, extraño pq esa muerte se comentaba mientras compraba el pan. En fin...
Digo buenas, pq encuentro esas líneas dignas de una buena novela.
Saludos de alguien con quien )sorry por recordarlo) pasaste horas recortando y pegando notas de Educación, mañana tras mañana, el verano del 2001
Hola...bien descrito todos los recuerdos...no te conozco pero la muralla nos conecta a todos los que pasamos por ahi....que música sonaba?...recuerdo a beatles, mana, guns...que más sonaba en aquel burlitzer
Saludos
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