He estado cantando. Es una buena cosa. Con amigos, en casa, en bares. Incluso con unos partners hemos hecho un registro de una tocata comunitaria en vivo que queremos lanzar por ahí. Como jugarreta no más. El ejercicio dio para reescribir un textito que tenía guardado y que hoy vale la pena poner en el aire.
A pesar de no ser un cantor a carta cabal, sino más bien un cantor de tiempos de ocio, un cantor por afición, mi relación con la música va mucho más allá del hobby. Es una relación que está marcada por la pasión y que se encuentra con lo cotidiano como el espacio al que es completamente necesario ponerle una banda sonora.
Con algunos amigos hemos tratado de teorizar un poco acerca de lo que significa pararse en un escenario cualquiera. Sí, podría decirse que hay algo de vanidad, algo de un ego que requiere ser satisfecho. Sin embargo, creo que la mayor motivación tiene que ver con la necesidad de comunicar lo que se es, por medio de este don. Claro, aunque también es piola cantar solo en casa, no hay nada comparable a hacerlo con audiencia -cautiva o no, eso depende de lo que uno es capaz de hacer en escena- y con cosquilleo en la guata. En esa parada, subirse al ruedo se relaciona con crear un puente entre un público y lo que un artista, de cualquier índole que este sea, tiene para decir. En algún sentido, hay mucho de político en tomar una guitarra y cantar. Obviamente, yo no soy Veloso, Spinetta ni Frank Zappa, pero me seduce, especialmente, esa manera de pararse ante la vida, desde la música.
A los 17 aprendí, de forma autodidacta, a tocar la guitarra, luego de años de hacerme acompañar por otros para poder expresarme a través del canto. Desde entonces, con diversas metodologías y entusiasmos, he tratado de componer mis propias canciones, con un resultado digno pero magro: sólo dos (dejo de lado aquí las que he compuesto para el colegio de la Camila. A más de alguno se lo he comentado: a estas alturas con esas canciones podría grabar un disco). Sin embargo, podría decir que sí he logrado algún avance al realizar mis propias versiones para canciones de otros, lo que en algún sentido podría interpretarse como una nueva creación, pero también como una apropiación.
Estas relecturas de temas ajenos que se hacen propios están marcadas por lo cotidiano. Un tema que te rayó en determinado momento, un acorde que hizo click en cualquier tarde de invierno, una radio encendida en el instante y lugar apropiado. Un amor, un amigo, la conversación, el vino y los bares, la casa, el terror, la esperanza. En fin la vida.
De aquí en más trataré de hacer por entregas un recuento de las canciones que hoy me gustaría hacer sobre cualquier tarima. También algo de historia. Van las dos primeras. ¿Cuáles son vuestras canciones?
Sin documentos de Los Rodríguez
Hay ciertas canciones que no pasan de ser eso, simples canciones. Pero pueden reinventarse desde la propia experiencia, por puro gusto, en un gesto que es difícil de explicar. Hay algo ahí que explota, que renace. Sin documentos, de Calamaro, es un tema tipo single radial, profusamente promocionado por ahí a principios de los ‘90. Lo que podríamos llamar un hit. Sin embargo en una versión relentizada, cuidando un poco más la métrica y cambiando los énfasis vocales, se convierte en algo así como un guiño un poco pudoroso al mercado que muchas veces, por la repetición (pérdida de aura, siguiendo a Benjamin) no nos permite apreciar la simple belleza que hay en un texto simple. Es además una canción que le canto a mi Mary y claramente “quiero ser el único que le muerda la boca”.
Océano de Djavan
Esto es raro. Recuerdo haber escuchado este tema en el baño de la casa de Barrancas, San Antonio, donde viví medio hacinado durante unos cuantos años. La música salía de una radio vieja que siempre sintonizaba en Radio Chilena, en AM, y que una de mis tías escuchaba con devoción diariamente. Debe haber sido en los finales de los ’80 y la tocaban en español. Le perdí la pista y me la encontré extraordinariamente reversionada en un disco de Veloso en vivo (Circulado Vivo), muchos años después. De ahí al google hubo sólo un paso, pero hasta tocarla pasó tiempo. Los acordes y el portugués pusieron obstáculos salvables únicamente con la falta de pudor (¿carerrajismo es más claro?). A veces, cuando sé que entre los presentes no hay nadie que maneje el idioma, me lanzo al Océano, no más. En ocasiones salgo a flote; en otras, la mayoría, simplemente naufrago.
Espero continuar....
14 de agosto de 2006
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